Ramon Miralpeix,
(Trabajo presentado en la Jornada del 12 de mayo 2012, Barcelona, sobre el autismo)
Sabemos bien que el sujeto es en constitución constante, que su ser de sujeto no se clausura en el recorrido de toda su vida. Por otra parte, hay algunos pasos previos que tienen que haberse dado antes de poder realizar otros... y, además, algunos de estos primeros pasos podrían estar ligados a una temporalidad concreta. No lo digo pensando en ningún genetismo o desarrollismo; lo digo del mismo modo que puedo decir que yo ya sé que no podré ser violinista.
Esto lo podemos ejemplificar con los efectos “reales” que tienen algunos encuentros “imaginarios” en algunos animales: la mayoría de nosotros puede recordar la aberración que se produce en la conducta de seguimiento de los patitos acabados de salir del huevo a la madre pato, cuando el encuentro imaginario necesario para la conducta descrita, se produce con un hombre -como Konrad Lorenz- en lugar de con quien tendría que haber estado allá pero no estuvo: la madre pato.
Dicho de otro modo, sabemos que hay unos encuentros —que como tales encuentros son contingentes, es decir, que pueden producirse o no, que el hecho de que acontezcan no está garantizado— que tienen el efecto de poner en marcha alguna función. Así, que un niño se encuentre con una madre y que una mujer se convierta en madre por haberse encontrado con un hijo, no está garantizado. Y es necesario que este encuentro se produzca para que puedan pasar, después, otras cosas.
Los niños observados por R. Spitz a los cuales les faltó este encuentro, o el resultado de los experimentos a menudo citados de Federico II de Prusia -de quien se cuenta que para criar hombres fuertes, capaces de servir al ejercido sin las debilidades derivadas del amor y la ternura, ordenó crear una maternidad en la que los niños fueran criados con todo el cuidado posible en cuanto a sus necesidades, pero con la ausencia total de contacto afectivo- podemos presentarlos como pruebas de lo que ocurre si este encuentro no se produce: del llanto inicial, a los gritos, a la pérdida de peso, al rechazo del mundo, al marasmo e incluso la muerte.
Pero no hay que llegar a estos ejemplos extremos: este encuentro no está tampoco garantizado a pesar de que coincidan en el mismo espacio una mujer y un niño, aunque sean, biológicamente, madre e hijo. Podemos entender el autismo como el resultado de ese no-encuentro -encuentro que nosotros podríamos traducir, por ejemplo, en términos de alienación al Otro.
Me parece que, quien más quien menos, incluso algunos biologistas y algunos conductistas, podrían estar de acuerdo con el que hemos dicho hasta ahora. Las divergencias se producen especialmente en las hipótesis sobre la causa de este no encuentro, y me parece que deberíamos ser capaces de aceptar que tan reduccionista es decir que se trata simplemente, para todos los niños autistas, de un trastorno ubicado en el cerebro que imposibilita el contacto, como decir que todas las madres de los niños autistas son “madres-nevera”, “madres-congelador”. Posiblemente, una y otra cosa son verdades, pero parciales y no para todos.
Insisto en todo caso en la contingencia del encuentro, y en la importancia del tiempo y del espacio en la que esta contingencia tiene más probabilidades de producirse.
Todo esto viene como anticipo de una hipótesis: cuanto antes se diagnostique el autismo, antes podremos trabajar para que algo de este encuentro se produzca -difícil!-, o para que el niño pueda fabricar una ortopedia de este encuentro que falta.
Otra hipótesis nos viene forzada, y esta sí que está enteramente ligada a los principios que se desprenden del psicoanálisis, especialmente del psicoanálisis lacaniano: Hemos empezado diciendo que el sujeto no era pensable, desde esta perspectiva, como constituido, como acabado. Podíamos haberlo dicho de otro modo más radical: en el ser humano, el sujeto no es de entrada, se produce. Entonces, cuando decíamos que es necesario un encuentro para que una función – la función sujeto- se ponga en funcionamiento, nos encontramos con la siguiente paradoja: para que se produzca este sujeto, ya tiene que existir previamente en el Otro.
Es decir, como punto de partida, si el niño —previamente a devenir sujeto— no es contado y tenido en cuenta como sujeto, es posible que llegue a saber decir palabras, a saber comportarse en determinadas situaciones, a poder adquirir los hábitos “normales” de higiene, de autonomía en la comida, vestirse, desplazarse dentro de un entorno delimitado, incluso es posible que aprenda a controlar de alguna manera estas reacciones del organismo que probablemente sirven para dotarse —ni que sea en el ahora y aquí— de un cuerpo (como las estereotipias, o lo llevarse la mano a los dientes), o incluso controlar aquellas reacciones que son vividas por los otros como agresiones.
Todo esto seguro que tiene su importancia y deberá tener su lugar en cualquier modalidad de educación del niño autista, pero esto tiene poco a ver con los que nos interesará a nosotros: propiciar las condiciones de producción de un sujeto. De hecho, en todo el que hemos dicho antes, se trataría sólo de un adiestramiento si antes no se le ha dado un lugar, o se lo ha creado para él —o mejor, con él— en el Otro. Nominé lo decía no hace demasiado, dando razón del título de su conferencia: “Aprender del autista, es suponer que detrás de este cuadro clínico impresionante hay un sujeto”[1] Parafraseando a Lacan, la condición mínima para todo tratamiento del autista es que haya, del lado del terapeuta, del analista, un “sujeto supuesto existente”.
Todo esto es sumamente importante tenerlo en cuenta de entrada para poder reivindicar una clínica del autismo: este niño tan particular que no te habla y no te contesta, que está en su mundo, para quien parece que tú no existes, que te borra del mundo para borrarse él, que hace gestos extraños, que puede permanecer ratos larguísimos haciendo dar vueltas a un objeto, o quedarse con la mirada clavada en un punto fijo, que se muerde, que se resiste a mirarte a los ojos, es, además, un niño que nos muestra -a menudo- un sufrimiento de existir tal que lo hace separarse del mundo con toda la radicalidad de que puede ser capaz; que lo hace gritar, incluso con aquel grito mudo que describe R. Lefort en M. Françoise; que lo hace estrellarse de cabeza contra las paredes o de rodillas contra el suelo, que lo hace saltar con una potencia, con una fuerza que parece sacada de un lugar imposible contra esta cosa -la madre, el padre, una cuidadora, una educadora, un terapeuta, otro niño- que intenta romper su estar como está para empujarlo a ser más “normal”, que intenta sacarlo de su mundo para hacerlo entrar en el mundo de los otros, el nuestro. Se trata de la clínica de un goce que se presenta indiferenciado, descarnado, ilimitado.
En todo caso, la cuestión es como nos lo hacemos para construir este espacio de encuentro posible, el que propiciaría las condiciones de producción de un sujeto, porque bien es verdad que no hay un único modelo:
Tenemos a M Klein operando de manera contundente, pero claramente efectiva en el caso Dick, con una inyección de simbólico;
Tenemos a B. Bettelheim para quién hacía falta la separación radical de la “madre-nevera”, pero también la posibilitación del juego estimulante de un “comportamiento frontera”;
Tenemos a F. Tustin intentando restablecer-construir un puente entre la boca y el pecho, entre un “uno” y un otro podríamos decir, la separación de los cuales habría sido vivida como una ruptura tan traumática que llevaría el niño al “agujero negro” del “no-ser” del cual tiene que defenderse con su cierre autista;
Tenemos a R. Lefort construyendo también un puente mediador a través del objeto privilegiado de la comida, pero sosteniendo ella una posición de objeto entre los otros que M.Françoise privilegiará precisamente porque R. Lefort la considera un sujeto.[2]
Podríamos seguir con todo un abanico de “modelos” que van desde el intervencionismo más elevado, [por el lado de intentar, primero separar -es decir, introducir la diferencia en lo indiferenciado- y después ligar lo diferenciado por lo simbólico y por lo imaginario -es decir, introducir los elementos “conectivos” entre estos elementos, ahora separados]; a la oposición a cualquier intervencionismo. Algo que podría justificar esta última posición serían algunos de los casos de autistas que de adultos pueden lograr una relación con el mundo bastante bien conectada como para, no sólo no necesitar recluirse, sino incluso para querer y poder narrar su historia al mundo, mantener un relación de pareja, y hacerse un lugar, un nombre, en aquel mundo del cual se habrían excluido durante un largo periodo de su vida; los ejemplos más claros entre los que he leído me parecen Daniel Tammet y Donna Williams. De hecho Donna Williams reivindica su autismo como una defensa contra la esquizofrenia -tesis que no deja de ser interesante y merecedora de atención- de modo que es precisamente su encapsulamiento en la infancia y todas las estrategias de protección contra el mundo lo que le permitirá -según ella misma- poder ir integrando partes del otro mundo al suyo –y a la inversa. En estos casos sería muy interesante investigar hasta donde fuera posible, a través de qué elementos habrían podido establecer puentes con el mundo -ya tenemos aquí una primera cuestión a trabajar: para establecer puentes entre dos orillas, debe de haber, antes que nada, dos orillas entre las que construir estos puentes.
Pero vuelvo al que me interesa ahora y aquí, que es el poner de relevo la importancia del tiempo, de la precocidad del diagnóstico y de la “precocidad” del tratamiento.
Podríamos decir, parafraseando el Génesis, que “al principio fue la vida, y la luz, y el verbo”.
Cuando digo “la vida”, me refiero a este organismo que tiene forma de cría humana, ocupado míticamente en un goce autístico, de tipo homeostàtic, y que Freud señala como aquel autoerotismo previo al narcisismo[3]; Con “la luz” me refiero al campo de la visión -veremos si de la mirada-, de la creación y organización del espacio, lo imaginario, la función fundante del cual Lacan señala en el estadio del espejo; Y “el verbo”, que, si por un lado introduce el corte radical entre un uno, un sujeto, y un otro, a la vez se convierte en el medio, en el órgano, en el puente que permite una cierta relación -contingente- entre aquel “un sujeto” que ya será por siempre jamás barrado, afectado por una falta radical, primaria, y el Otro -el Otro del lenguaje y la palabra, que estará también presentificado imaginariamente por los otros semejantes, y que también estará tachado, afectado por un agujero imposible de suturar, introducido justamente por la producción del sujeto y del objeto.
Para que aquel goce auto-erótico, como prefiere decir Freud, pueda devenir narcisista, es necesario que se constituya un cuerpo que pueda ser investido libidinalmente. Simplificando mucho las cosas podría decir que uno no puede amarse a sí mismo -narcisismo secundario-, si este sí mismo no existe. La construcción de la superficie contenedora de este cuerpo vendrá determinada por las experiencias de goce, de amamantamiento, de envoltura, del ser acariciado, del cuidado del cuerpo que otro le tendrá con el plus del reconocimiento como hijo. Esta es la matriz del vínculo inicial que Lacan plantea como el del deseo de la madre para que sea posible la metáfora paterna.
Si en este caso la temporalidad no es banal, tampoco lo es en el del estadio del espejo, lo sabemos claro: se trata del momento de «insight configurante»[4], que el propio Lacan sitúa entre los 6 y los 18 meses[5]. Se trata de un proceso de identificación, del asentamiento de las bases para la constitución del yo y del narcisismo[6].
Me parece que es bien lícito relacionar las dificultades que el niño autista presenta alrededor de la mirada de la mirada, las dificultades para el reconocimiento del otro como semejante, y para el propio reconocimiento imaginario de su cuerpo como símbolo de una cierta unidad subjetiva, con un estadio del espejo fracasado. No es sólo eso, lo sabemos, de hecho, hemos enfatizado siempre en el autismo las dificultades de la mirada para poder llegar a ser un objeto cedible en el circuido de la pulsión, pero ahora me interesa también resaltar este aspecto de la mirada como constituyente de la pareja a → a', la pareja que constituye el yo (moi) → yo ideal {i(a)} que le devuelve el espejo. A guisa de ejemplo de lo que quiero decir, la escena que narra Donna Williams, ya a los 27 años, me parece bastante elocuente en este sentido: Donna le pide a una amiga de mirarse juntas en el espejo; cuando la amiga aparta la mirada -mira a otra parte, fuera del espejo-, Donna estalla en risas. Lo que le hace gracia es que el otro de la amiga, la imagen, también ha apartado la mirada. Cuando la amiga le explica que está claro, que es su reflejo, y que si ella mira a otra parte, su reflejo también lo hará, Donna se queda toda sorprendida, no lo puede entender, porque siempre que mira su otra del espejo, ésta la mira a ella, no ha visto nunca su otra del espejo girar la cara y la mirada.[7]
En cuanto al verbo, “No es a los cinco años que hay que intervenir sino mucho más precozmente si se quiere poder ayudar a un sujeto como aquel (autista) a separarse de la voz para entrar en la palabra.”[8] Más allá de los estudios -que los debe haber pero que no conozco- sobre si hay un momento de cierre o no de la posibilidad de la palabra, tenemos la experiencia concreta de la diferencia entre los progresos visibles en la cura de niños cuando son menores de 4, 5 años a lo sumo, o cuando son mayores. Más allá de estas edades, el margen que le queda al niño para poder entrar en el juego de la palabra se hace cada vez más pequeño, de forma que nos queda apostar cuántos más números mejor, aunque sepamos que no los podremos jugar todos, y aunque sepamos que el premio gordo, el de la palabra en su sentido pleno, es decir, en el sentido de su esencia de malentendido, de metáfora, en broma, de chiste, de inconsciente, quizás (el premio de la palabra) quedará desierto por siempre. Aún así, seguramente todos pensamos que se encuentra más cerca del sujeto -esto no sé como decirlo de otro modo, y me gustaría poder hacerlo porque así me chirría- quién es capaz de establecer una relación con los otros a través de la demanda formulada -aunque lo haga pobremente y con dificultades, que aquel que no puede formular esta demanda. Y quizás, simplificando mucho, se trata de esto, de podernos relacionar, a través de la demanda.
El desabrochamiento entre los diversos registros lo podemos ver muy claramente en la dificultad para situar los pronombres personales “yo” y “tú”... se trata de una imposibilidad simbólica e imaginaria.
No quiero acabar, por la cuestión del tiempo, sin agradecer a Lacan -y a la insistencia de C. Soler para subrayarlo- el concepto de “lalangue”, que es el que a mí me sirve para poder abordar conjuntamente lo que he expresado separadamente con los términos de “la vida, la luz y el verbo”. Este es un concepto muy cercano a la experiencia -al menos para mí- y muy complejo a la vez, con más de una cara.
Lalangue se trata de entrada del laleo, el balbuceo, aquella producción fónica insensata que hacen los bebés simplemente porque sí, para pasárselo bien, pero que con un poco de suerte encontrarán un eco, formas de eco, de respuesta al laleo, al balbuceo, en aquellas respuesta que dan cuenta de lo más íntimo de quien responde (pídanle a una mamá o a un papá que repita el farfulleo, las …insensateces(?) que salen de sus bocas respondiendo al balbuceo de sus hijos, y verán en su dificultad, en su pudor, el signo de esa intimidad). De este modo, aquello que sólo era un sonido, acaba aconteciendo un significante, sin sentido todavía, pero en un significante porque ya pueden empezar a distinguirse unos de los otros. El siguiente paso es el de la “significantización” de estos significantes pero no entraré, sino me quedaré un momento aquí, en este momento pre-lingüístico (que no pre-verbal).
Hace un tiempo elaboré este esquema que me sirvió para presentar la cuestión de la primera parte de la pareja alienación-separación. He probado de conectar el registro del imaginario, el estadio del espejo, y miraré de explicarlo tan sencillamente como pueda:
Aquel ser dotado de vida, es decir, de sensaciones, de tensiones que intenta llevar a cero -al equilibrio homeostàtic dije antes-, en relación “autoeròticaa” con estas tensiones, puede ser que se encuentre con otro (Otro) que lo toca, que acaricia todo su cuerpo mientras lo mira, y que esto lo hace porque desea hacerlo, y porque goza de manera placiente haciéndolo.
El encuentro real, la alienación por el goce
Esta mirada que lo reconoce le permitirá a él reconocerse a sí mismo en este cuerpo, yo ideal que lo contiene, en el estadio del espejo.
El encuentro imaginario, la alienación por el otro del espejo
Por otro lado, mientras pasa todo eso, el niño no deja de “decir la suya”, su “parloteo” que le llega a sus oídos sin poder distinguirlo todavía como viniendo de fuera, en un tipo de continuidad, de identidad entre el roce del aire en la laringe, las cosquillas en el paladar y en la lengua y el sonido que entra por el oído, hasta que le “regresa” la voz a través de un sonsonete que no es el suyo, un balbuceo que viene por otro lado y que transporta también aquel goce placiente de quien lo produce. Esta sería la lengua materna de verdad, la de lalangue.
El encuentro con lalangue, premisa de la alienación al Otro del lenguaje
Es este el encuentro contingente original de que hablaba al principio. Será desde aquí que el niño tendrá acceso a la lengua, al lenguaje y la palabra.
Si alguno de estos elementos falla, por defecto -pero también puede ser por exceso, y el encuentro no se produce en toda su anchura, aquel sujeto que tenía que nacer queda, como mucho, a la espera.
Nos queda decir algo del “tratamiento”.
Al inicio de esta presentación, hacía referencia a un no hay modelo, no hay “cura tipo” para el autismo desde el psicoanálisis, más allá de lo que señalaba como principio general con la fórmula “el sujeto supuesto existente”. Aquí nos encontramos distintos profesionales que hacemos lo que podemos desde la posición en la que cada cual se encuentra en relación al niño autista, hay quién trabaja ambulatoriamente en una institución -como un CDIAP, un CSMIJ- o quien se encuentra con él ocasionalmente en su práctica privada, y también estamos otros cuántos que tenemos la suerte de trabajar en instituciones específicas donde se intenta aportar un marco, crear aquellas condiciones que favorecerían un encuentro posibilitador. En general es muy difícil poder trabajar de este modo con niños muy pequeños -quiero decir que es muy difícil que vayan a parar a una institución como en la que trabajo-, por el terrible miedo que produce el diagnóstico precoz de autismo; lo más habitual es una denegación defensiva de los padres, pero también a menudo de los profesionales: parece que siempre quede la esperanza que las cosas cambiarán: estamos cansados de escuchar los padres explicar como sus temores eran calmados por el pediatra cuando les decía: “no pierdan el sueño, ya hablará, ya cambiará, démosle tiempo”. En este sentido, los CDIAP tienen su oportunidad y su responsabilidad, porque los llegan niños muy pequeños. Cuando este encuentro ya no es posible, nos queda todavía la posibilidad que el niño pueda fabricar su personal ortopedia de este encuentro que falta. La respuesta la damos, en “L'Alba”, por ejemplo, desde una diversidad concreta de los otros que intervenimos -una diversidad no cualquiera- pero que implica variedades de presencia y de intervención.
Lo que nos sorprende todavía, es como el niño -incluso el autista más profundo con quien he trabajado- diferencia estos otros y su modalidad de presencia. No hablaré de todas las que hay, que van desde quienes se ocupan de la administración hasta el director, desde las monitoras de patio y comedor a las educadoras o a los clínicos. Cada cual tiene su función, pero la perspectiva es clínica y está orientada por aquel principio primero: este niño es un sujeto. Este es el deseo que, si está, orienta la acción hacia la subjectivación.
[1] Conferencia “Aprendre de l'autiste” Narbona 2010
[2] Vean a qué me refiero cuando digo que Rosine parte de la consideración que M. Francoise es un “sujeto supuesto existente” en estos fragmentos de las primeras sesiones (las citas son del libro de R y R Lefort: “El nacimiento del Otro”): Más allá de lo que ocurre, el “enunciado”, me interesa el lugar de la “enunciación” en el que se colocará Rosine, y esto lo encontramos en lo que hace -per ejemplo, la elección de objetos- y en la manera como narra la sesión: “siento que…” “me da un golpe a la cabeza riendo...me da una bofetada magistral… me mira con un rostro radiante… me da cinco bofetadas magistrales.”:
(246) Sigue al día siguiente: “un bombón, me lo muestra”, “vacila en pedirme que la ponga en el suelo”… “En el curso de la sesión se inclinará varias veces para admirar este charco (de leche)… y mirarme con expresión desafiante, haciéndome testigo de su hazaña”. “Siento que está inquieta”.
(247) De la siguiente sesión RL dice: “Me tiende los brazos… me dirige una mirada enfurecida”; y ante la angustia sentida frente al objeto oral -el plato de arroz con leche al que no llega- señala “la boca abierta sobre un grito que no sale”, a lo que RL responde (ese responder debemos entenderlo en su literalidad: responde a un grito escuchado en su silencio atronador) “Hago oír el sonido de mi voz para romper esta tensión insostenible”
(248) A la sesión que le sigue, es MF quien responde: “lanza una salmodia gutural y ahogada”. (249) La sesión sigue con dificultades importantes para MF y la conclusión de RL es que el comportamiento de MF ha sido especialmente esquizofrénico, sin apenas contacto con ella. A pesar de ello, las enfermeras y el médico le dicen que MF está mejor, más atenta y dinámica. RL termina diciendo que MF “ha establecido un contacto poco profundo pero ha adquirido la certeza muy sólida de mi pasividad; una cosa y otra le permites vivir en su mundo interior, en parte segura de mi no intervención, y en parte un poco protegida por mi presencia”
La conclusión de estas primeras sesiones son que para MF no existe ni el Otro ni el otro, -debemos entender este otro aquí como objeto diferenciado- a pesar de que no se trata, como vemos, de una indiferenciación total: hay un objeto privilegiado, la comida, y también RL es privilegiada. Otro elemento que resalta es la práctica ausencia de llamado y de mirada… aunque esto cambia rápidamente: a pesar de que “la mirada no se despierta”, “me mira riendo cuando llego”.
[3] Freud, S. Tres ensayos para una teoría sexual - 1905 / La sexualidad infantil / Manifestaciones de la sexualidad infantil.
Autoerotismo. -Debemos dedicar toda nuestra atención a este ejemplo. Hagamos resaltar, como el carácter más notable de esta actividad sexual, el hecho de que el instinto no se orienta en ella hacia otras personas. Encuentra su satisfacción en el propio cuerpo; esto es, es un instinto autoerótico para calificarlo con el feliz neologismo puesto en circulación por Havelock Ellis. Se ve claramente que el acto de la succión es determinado en la niñez por la busca de un placer ya experimentado y recordado. Con la succión rítmica de una parte de su piel o de sus mucosas encuentra el niño, por el medio más sencillo, la satisfacción buscada. Es también fácil adivinar en qué ocasión halla por primera vez el niño este placer, hacia el cual, una vez hallado, tiende siempre de nuevo. La primera actividad del niño y la de más importancia vital para él, la succión del pecho de la madre (o de sus subrogados), le ha hecho conocer, apenas nacido, este placer. Diríase que los labios del niño se han conducido como una zona erógena, siendo, sin duda, la excitación producida por la cálida corriente de la leche la causa de la primera sensación de placer.
La ilustración sexual del niño - Carta abierta al doctor M. Fürst - 1907
Esta época de la vida individual, en la cual el estímulo de distintos lugares de la epidermis (zonas erógenas), la acción de ciertos instintos biológicos y la excitación concomitante a muchos estados afectivos engendran cierta magnitud de placer, innegablemente sexual, es conocida con el nombre de período del autoerotismo, según expresión introducida por Havelock Ellis.
[4] Lacan, J. “De nuestros antecedentes” Escritos 1
[5] Referencia a los estudios de Baldwin y de Wallon
[6] Lacan, J. “El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” Escritos 1 Comunicación presentada ante el XVI Congreso Internacional de Psicoanálisis, en Zurich, el 17 de julio de 1949, (Anteriormente, una primera comunicación del "estadio del espejo", fechado en "Marienbad-Noirmouter" en agosto-octubre de 1936.)
[7] Está claro que el reflejo de Donna no es una imagen: Se trata de un ser vivo, quizás un ser plano, pero vivo. Ya tiene 27 años cuando le pide a Kerry, una amiga, que se miren juntas en el espejo. Esta es la escena que sigue.
→ “Kerry apartó la mirada de ella misma en el espejo. Estallé en carcajadas. «¿Qué es tan divertido?», preguntó. «Apartaste la mirada ahí dentro, dije.«¿Qué esperabas?», preguntó. «Bueno, tú ahí dentro no es lo mismo que yo ahí dentro», dije.
«Por supuesto que no», dijo ella. «Tú te pareces a ti y yo me parezco a mí». «No tiene nada que ver con lo que parecemos. Tiene que ver con lo que hizo ella cuando tú apartaste la mirada», dije, refiriéndome a Kerry en el espejo. «Ella apartó la mirada». «Tu reflejo también aparta la mirada», dijo ella. Me reí un poco para mí misma, sabiendo que se equivocaba. Yo nunca había visto que mi reflejo apartara la mirada. Cuando volvía a mirar, ella había seguido con la mirada fija en mí, como siempre.” Donna Williams: “Alguien en algún lugar” N.E. ED. pg 159
[8] Nominé, op cit